La siembra directa es un claro ejemplo del creciente desarrollo de prácticas agrícolas aún más sostenibles y responsables con la conservación del suelo.
Cuando se analiza el comportamiento de la agricultura actual, se puede observar que, a pesar de ser una actividad milenaria, se trata de un sector que se encuentra en constante evolución.
Así, en las últimas décadas se está produciendo un espectacular proceso de análisis, reflexión e innovación que está desembocando en la introducción de nuevos insumos y técnicas dirigidas no solo a favorecer la productividad y calidad de los cultivos, sino también a moldear diferentes aspectos de la agricultura tradicional para contribuir a que esta sea, cada día, aún más eficiente, sostenible y responsable con su entorno.
En este sentido, más allá de los avances que se producen en el ámbito de la agrotecnología y la sanidad vegetal, sobre los que hemos incidido en profundidad en anteriores publicaciones de este blog, hoy queremos centrar nuestra atención en una práctica como la siembra directa, que si bien puede asociarse erróneamente a una vuelta a los orígenes, implica la aplicación de los conocimientos más novedosos que actualmente se tienen sobre la importancia y conservación del suelo dedicado a la actividad agrícola.
La siembra directa parte de la premisa de que una gran parte de los nutrientes que necesitan los cultivos para su germinación, desarrollo y crecimiento óptimo se encuentra disponible en el propio suelo agrícola.
Por eso, es preciso poner en marcha aquellas prácticas que contribuyan a favorecer tanto la absorción natural de estos nutrientes por parte de las plantas como la capacidad óptima de regeneración del suelo agrícola, para evitar así su degradación.
En base a esta idea, los principios de la siembra directa se basan en optar por realizar las mínimas tareas posibles de laboreo de la tierra y la utilización de aquellas soluciones de sanidad vegetal que reduzcan la proliferación de malezas y malas hierbas, para conseguir así una mayor presencia de nutrientes y que estos sean asimilados únicamente por las especies vegetales que conforman los cultivos planificados por el agricultor.
En definitiva, la siembra directa es una actividad agrícola que persigue ayudar al suelo a conseguir una adecuada regeneración, con el objetivo de conseguir así disfrutar de los siguientes beneficios frente a las prácticas de agricultura tradicional:
- Reducción de la compactación del suelo, al evitar que este se vea afectado por la realización de un número excesivo de pasadas con maquinaria agrícola de gran tonelaje.
- Mejora considerable de la capacidad de retención de nutrientes y humedad del suelo agrícola, gracias a la proliferación de la materia orgánica que contiene y que es esencial para el crecimiento de las plantas.
- En base a los dos aspectos anteriores, la siembra directa también contribuye a la disminución del riesgo de erosión del suelo, al renunciar por ejemplo el desarrollo de acciones de volteo de tierra en zonas agrícolas con una pendiente considerable, lo que no solo es fundamental para el futuro de la agricultura, sino también para frenar los efectos provocados por la desertificación y el cambio climático.