Cuando se habla de agricultura, en ocasiones se olvida su importancia clave en relación a su contribución para reducir los efectos del cambio climático.
A la hora de definir el papel de la agricultura, y en concreto del sector agrícola, en nuestra sociedad, es habitual que se perciba una cierta limitación de su protagonismo, en ciertos ámbitos, a una labor basada casi exclusivamente en la producción de alimentos dirigidos al consumo humano, o para ser utilizados como materias primas en la elaboración, industrial o artesanal, de otros productos alimenticios.
De hecho, en numerosas ocasiones, se trata de hacer una marcada diferenciación entre agricultura y medio ambiente, hasta el punto de llegar a considerarlos como entornos opuestos e irreconciliables.
Sin embargo, si dejamos a un lado esta visión reduccionista, y a veces interesada, del papel de la agricultura a nivel social, cultural o económico, se puede observar con claridad como esta actividad está llamada a ser una de las principales herramientas que tenemos a nuestra disposición para combatir los temibles efectos del cambio climático.
Por un lado, la gestión de los cultivos y el adecuado tratamiento del suelo para su cosecha, cuidado y recolección, constituye un eje fundamental para frenar los efectos de la desertificación y la erosión en nuestro país.
Es indudable, e innegable, que aquellas tierras que cuentan con el tratamiento continuado y diario por parte de nuestros agricultores y agricultoras presentan una mayor resistencia a la erosión y los daños provocados por la cada vez más frecuente, por desgracia, ocurrencia de fenómenos atmosféricos adversos, como las lluvias torrenciales o los periodos de sequía continuados.
Asimismo, la mayor concienciación del sector agrícola por el cuidado y tratamiento de sus cultivos también supone, no solo un incremento de su producción, sino también un aumento de la vegetación en nuestro territorio, fundamental para contribuir a combatir los efectos del calentamiento global.
Pero, además, el sector agrícola es, con toda seguridad, uno de los más comprometidos en los últimos años con la reducción de emisiones responsables del efecto invernadero, gracias a la creciente tecnificación de las explotaciones y al desarrollo de prácticas eficientes y responsables en todos los ámbitos.
En definitiva, el papel estratégico y esencial de la agricultura en nuestra sociedad va mucho más allá de su protagonismo en la producción de alimentos, ya que pasa por ser uno de los pilares básicos para hacer frente, de una forma sostenible y al mismo tiempo efectiva, a los efectos del cambio climático.