La sanidad vegetal es indispensable para conseguir una reducción drástica de daños en las cosechas y, por tanto, en un menor desperdicio alimentario.

Cuando se hace referencia al importante papel de la sanidad vegetal como ‘aliado estratégico’ en el desarrollo de la actividad agrícola, se suele asociar la función de las diferentes soluciones fitosanitarias, de origen natural, químico o biológico, casi exclusivamente a la búsqueda de un incremento en la productividad de los cultivos y, por tanto, de la rentabilidad de las explotaciones agrícolas.

No cabe duda de que este es uno de los factores que mejor justifica el uso de este tipo de productos, pero para comprender toda su dimensión no debe olvidarse que este incremento de la productividad, como en cualquier otra actividad, se consigue a través de la consecución de dos vertientes diferenciadas, como son el incremento de la producción agrícola y la reducción de los daños y pérdidas provocados por plagas y enfermedades.

Si tenemos en cuenta que, como afirma la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), el 40% de la producción agrícola se pierde anualmente a consecuencia de la acción directa de plagas y enfermedades que afectan a los cultivos, y que sin la sanidad vegetal estas pérdidas podrían llegar a duplicarse, podemos hacernos fácilmente una idea de la dimensión de la amenaza a la que se enfrenta no solo el sector agrícola sino nuestra sociedad en su conjunto, tanto en términos de generación de empleo, directo o indirecto, como en relación a otros aspectos no relacionados con la terminología empresarial y sí con nuestra calidad de vida y bienestar como la necesidad de garantizar un adecuado flujo de abastecimiento de productos agrícolas en unas condiciones óptimas de accesibilidad y seguridad alimentaria.

Asimismo, si a estos aspectos le añadimos los efectos nocivos que el desperdicio alimentario tienen para nuestro entorno, como es la emisión de gases de efecto invernadero que se genera a partir de los productos agrícolas dañados en descomposición, y que según numerosos estudios son los responsables de un 10% de las emisiones anuales de este tipo, es cuando, más allá de informaciones sesgadas, parciales y basadas en medias verdades, se puede comenzar a entender todo lo que implica apostar por la sanidad vegetal como ‘acompañante indispensable’ para garantizar el futuro de nuestra agricultura y, por qué no decirlo, de nuestro bienestar y progreso social a todos los niveles.

 

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