Los cultivos de la familia de las ericáceas, como el arándano o el madroño, ofrecen un excelente rendimiento agrícola en entorno adecuados.
A lo largo de las últimas semanas hemos aprovechado este espacio de comunicación para ofrecerte una información más detallada sobre las diferentes familias de cultivos que se encuentran presentes en nuestra agricultura y que contribuyen a fomentar el merecido reconocimiento internacional en relación a la extraordinaria diversidad de nuestro sector agroalimentario.
Así, una vez que ya hemos profundizado en una gran parte de los cultivos más representativos de nuestra geografía, como son aquellos que forman parte de las rutáceas, las rosáceas, las gramíneas, las oleáceas o la vitáceas, hoy queremos detenernos en una familia cuyo origen tiene un carácter marcadamente silvestre, pero que se ha sabido adaptar de una forma muy satisfactoria para su replicación a nivel agrícola, como es el que se realiza con diversas especies de la familia de las ericáceas.
La familia de las ericáceas está compuesta, en su mayor parte, por especies vegetales con una morfología leñosa, ya sea en forma de árbol, arbusto o mata, y que ofrece frutos generalmente de pequeño tamaño, pero con un intenso y característico sabor, entre los que destaca el madroño o los arándanos, en sus diferentes variedades rojas y negras o azuladas.
En líneas generales, y muy especialmente en el caso de esta última variedad, los cultivos de ericáceas muestran predilección por su desarrollo en entornos con una humedad ambiental elevada y temperaturas suaves, si bien responden positivamente a la presencia de variaciones térmicas.
No obstante, presentan una especial sensibilidad a condiciones meteorológicas adversas como es el caso del viento y las bajas temperaturas con riesgo de helada, por lo que resulta conveniente proceder a la instalación de barreras naturales o artificiales que contribuyan a su protección.
Asimismo, ofrecen un mayor rendimiento en suelos ligeramente ácidos, por lo que se recomienda el mantenimiento de estos niveles de pH, preferentemente entre 4 y 5, mediante la acidificación controlada del agua de riego.
En cuanto a las amenazas a las que es preciso prestar una especial atención, los cultivos de ericáceas se suelen ver afectados, en mayor medida, por la atracción de plagas como el gusano del arándano, la cheimatobia, la drosophila de alas manchadas, el pulgón, la cochinilla, así como por la acción de pájaros y liebres
Por eso, más allá de la aplicación de soluciones de sanidad vegetal para aquellas especies de menor tamaño, se aconseja habitualmente la instalación de sistemas visuales o acústicos que permitan ahuyentar a las aves y el vallado de la zona de cultivo, para así dificultar el acceso de pequeños mamíferos.
En cuanto a la posible presencia de enfermedades, las ericáceas ofrecen una mayor exposición a la aparición de la antracnosis, la septoriosis, la alternaría, la monilia o la podredumbre gris.
Esta amplia variedad de amenazas hace necesario que se realice un control y supervisión continuado durante el desarrollo del cultivo, con el fin de proceder a la detección temprana de estos problemas y su comunicación a un profesional homologado a la mayor brevedad posible, para contribuir así a que tome las medidas pertinentes para ralentizar su desarrollo y minimizar los daños provocados.